Comentario
En el siglo XVIII se sentaron las bases de la Revolución Industrial y las de la Cataluña contemporánea. Los puertos catalanes fueron autorizados por la monarquía a comerciar libremente con las colonias. En toda la costa catalana se construyeron atarazanas y se ampliaron puertos. Los catalanes exportaron principalmente vinos, aguardientes y productos textiles, importando a su vez todo tipo de productos de ultramar.
Fue a partir de 1830 cuando se desarrolló la industrialización: Vapores y Colonias configurarán un nuevo modelo económico basado, fundamentalmente, en el sector textil. Con este nuevo modelo surgió una nueva geografía económica y una nueva sociedad.
En 1832 se instaló en Barcelona la primera fábrica textil que empleaba el vapor como energía motriz: el Vapor Bonaplata. En muy poco tiempo se extendió por toda Cataluña un nuevo modelo arquitectónico, las fábricas de vapor con sus esbeltas chimeneas. El desarrollo industrial provocó un profundo cambio en las costumbres, en las formas de vida y en las de trabajo.
Desde 1911, la industria catalana se liberó de la dependencia del carbón. Este cambio resultó determinante para la economía catalana, puesto que el carbón se tenía de importar y, por tanto, los costes de producción se vieron fuertemente reducidos. Se crearon las grandes compañías hidroeléctricas. Todo ello provocó la aparición de grandes fábricas lejos de los grandes núcleos habitados y de los puertos en los que se desembarcaba el carbón, además de facilitar la diversificación de los sectores industriales. A la industria textil se sumaron las químicas, las metalúrgicas, eléctricas, etc.
Con el crecimiento de la industria se produjeron diversos fenómenos: el nacimiento y consolidación de nuevas clases sociales (burguesía industriales, financieros y mercantiles y, en segundo lugar, la clase obrera). Como consecuencia directa de las malas condiciones de trabajo y de calidad de vida, surgieron los primeros movimientos obreros (socialismo y anarquismo), que preconizaron una sociedad igualitaria.
Las postrimerías del siglo XIX trajeron consigo la revitalización de la lengua y la cultura catalanas, gracias a dos movimientos culturales y artísticos: La Renaixença y el Modernismo.
Una colonia industrial es la suma de la fábrica y las viviendas de todos aquellos que trabajaban en ellas, desde el director hasta el último aprendiz. En ella se podía encontrar la iglesia, el economato, las escuelas, lavaderos, enfermerías, locales sociales, teatros, oficinas bancarias, etc. Por último encontraríamos la residencia de los propietarios, que acudían en los períodos vacacionales, residiendo alguno de ellos en la misma para controlar directamente la producción.
El origen de las colonias se centraba en la necesidad de agua abundante y terrenos para aprovechar la energía hidráulica necesaria para poner en marcha toda la maquinaria de la fábrica. Por esta razón acostumbraban a encontrarse lejos de las grandes ciudades, allí donde los ríos permitían tal abastecimiento hidráulico y se disponía de terrenos suficientes para la construcción de todos los servicios y viviendas. Era mucho más económico construir un pueblo para los obreros y sus familias lejos de las capitales, que construir la fábrica en la ciudad. De esta manera también se conseguía el control casi total de los obreros. Incluso se les pagaba con vales que únicamente podían canjear por ropa, comida, herramientas, zapatos, medicamentos, etc., en el mismo economato de la colonia, que, evidentemente, era propiedad de los amos de la fábrica.
Joan Güell i Ferrer, el fundador de la saga, fue una de las principales figuras en los inicios de la industrialización de Cataluña. Natural de la villa de Torredembarra (Tarragona), emigró a Cuba, en donde amasó, como tantos otros catalanes, una importante fortuna. De retorno a Cataluña en 1835, como un Indiano más (así se conocía a los catalanes que volvían millonarios de las colonias), fundó una de las primeras y más importantes sociedades industriales del país: La Maquinista Terrestre y Marítima, sita en el popular barrio barcelonés de la Barceloneta. Esta fábrica fue la primera dedicada a la metalurgia del Estado Español.
El hijo de Joan Güell, Eusebi, nacido en Barcelona en 1846, fue su continuador al frente de los negocios familiares. En 1891 fundó una fábrica especializada en la confección de tejidos de pana en la villa de Santa Coloma de Cervelló, muy próxima a la capital catalana. El conjunto formado por la fábrica y las restantes construcciones de habitación y servicios recibió el nombre de Colònia Güell.
Para la fábrica aprovechó la antigua maquinaria de vapor de una fábrica propiedad de la familia, conocida como el Vapor Vell. Estas maquinarias utilizaban el carbón como fuente de energía. En ellas, la combustión del carbón calentaba el agua y el vapor producido por ésta movía la totalidad de la maquinaria. Un gran volante movía una gran correa, que mediante un complejo sistema de embarrados, engranajes, poleas y correas que, distribuidos por toda la fábrica permitían, el funcionamiento de telares y de todo tipo de máquinas. La Colonia Güell es una de las pocas que utilizó la energía obtenida del carbón en lugar de la hidráulica.
Para muchos resultó sorprendente que Eusebi Güell confiara el proyecto de una colonia industrial a un arquitecto genial pero muy discutido en su época: Antoni Gaudí i Cornet.
La Colonia Güell, como la mayoría de las colonias, presentaba dos zonas claramente diferenciadas: la de producción (fábrica, vapor y almacenes), y la residencial (viviendas y servicios).
Las casas de los obreros se levantaron alejadas de la fábrica, con un trazado urbanístico muy peculiar, como si de un pueblo se tratara: en forma de "L" mayúscula, emplazando en los extremos algunos de los edificios más significativos del conjunto: la iglesia y la escuela. No sabemos a ciencia cierta el responsable directo de esta parte del proyecto. Sí sabemos que se realizó en el estudio del propio Gaudí, en el cual figuraban como colaboradores dos importantes arquitectos: Joan Rubió i Bellver y Francesc Berenguer i Mestres, ambos discípulos y continuadores de la estética gaudiniana. En el conjunto podemos encontrar una buena muestra de edificios concebidos dentro de los parámetros formales del Modernismo catalán.
En la realización de los diversos proyectos participaron también los colaboradores de Gaudí anteriormente citados: Joan Rubió i Bellver y Francesc Berenguer. La Ca l'Ordal, la Cooperativa de consumo, la Ca l'Espinal, la Escuela y Casa del Maestro y las Casas de los obreros son los edificios más importantes de la zona residencial. Completando esta área de viviendas nos encontramos con la de servicios, formada por la Farmacia, la Caja de Ahorros, la Casa del Médico y la Capilla. De todos los edificios, el más popular e interesante es la iglesia, de la cual sólo se llegó a construir la Cripta.
A pesar de que en la actualidad el conjunto de construcciones desprende una sensación agradable y amable, no hemos de olvidar que las condiciones de vida en él, durante su funcionamiento como centro de producción textil, eran realmente muy duras. Los trabajadores y trabajadoras no tenían buenos sueldos, ni vacaciones, ni permisos por maternidad; si estaban enfermos no cobraban, etc. Se hacía trabajar a los niños desde los siete años, aproximadamente, con órdenes estrictas de esconderse y simular que estaban jugando entre las máquinas si se producía una inspección...